La edición en línea de obras de ficción se ha convertido en un nuevo fenómeno en China que está dando a los jóvenes escritores la oportunidad de hacer que sus trabajos sean leídos de forma rápida y libres de censura, según informa la traductora Nicky Harman en un artículo para el periódico The Guardian.
Harman revela que, en lo concerniente a internet, junto a los setenta millones de blogueros que existen en China y los doscientos cincuenta millones de microblogueros que utilizan la red social Sina Ceibo (equivalente a Twitter), ha aparecido un nuevo fenómeno: el de la publicación de narrativa de ficción editada exclusivamente en línea. La publicación electrónica, sostiene Harman, se ha convertido en un gran negocio editorial en China y es una manera muy popular para lograr que los escritores jóvenes sean leídos. Nicky Harman revela que estos autores publican historias por entregas en portales dedicados a dar a conocer originales de ficción e incluso, algunos pocos afortunados, obtienen considerables ganancias por las descargas. Asimismo, afirma, también consiguen que sus libros sean vendidos al mercado de los videojuegos o para su serialización en televisión.

Según informa Harman, la mayoría de estas novelas son "puro entretenimiento, se escriben, se descargan, se leen y se borran todas a la misma velocidad". Pero la publicación electrónica también atrae a escritores serios por razones muy diferentes, declara la traductora, ya que ofrece una pizca de libertad respecto de las normas de censura que inhiben a los editores chinos convencionales.
Harman refiere en su artículo el caso del escritor chino Murong Xuecun, un autor de gran éxito que en 2002 publicó su primera novela en línea Leave Me Alone: A Novel of Chengdu. La traductora desvela que este hecho causó el suficiente revuelo como para que lo obra fuera aceptada por una editorial y posteriormente ganara premios y fuera traducida a otros idiomas. Harman revela que Murong ha sido y continúa siendo un crítico declarado del sistema chino, al que tacha de “podrido” y “corrupto”, y continúa publicando sus críticas en internet.
Sin embargo, Harman afirma que es poco probable que los autores serios se limiten únicamente a la publicación electrónica. La traductora asegura que los libros impresos se pagan mejor, o al menos de manera más fiable, y no han perdido nada de su prestigio. Así, la traductora advierte que casi todos los premios literarios se otorgan sólo a los libros impresos, con la excepción del prestigioso Premio de Literatura Mao Dun, que admitió novelas publicadas digitalmente por primera vez en 2011. Sin embargo, alega Harman, de las ciento setenta y ocho obras que se presentaron, ninguna de las ocho novelas digitales ganó un premio. Murong, afirma, combina con éxito ambos formatos: publica una versión completa en línea, y su editor publica una edición retocada de la obra.
Aunque la censura no constituye una preocupación para los escritores occidentales, Harman se pregunta si la experiencia reciente de China en la publicación electrónica puede aportar algo al debate sobre el futuro del libro impreso.
A su parecer, libreros y editores son pesimistas, pero tal vez, puntualiza la traductora, el entusiasmo por los libros electrónicos entre los jóvenes chinos ofrezca un rayo de esperanza y sea un indicio de que la edición digital podría inculcar el hábito de la lectura entre los jóvenes. Lamentablemente para la periodista no hay muchos motivos de esperanza, ya que actualmente en China, comenta, las presiones del trabajo y el sostenimiento de la familia son cargas mayores que en Occidente.