Francisco Porrúa, que en Sudamericana publicó libros como Rayuela o Cien años de soledad y en Minotauro títulos emblemáticos de la ciencia ficción como Fahrenheit 451, "fue un resplandor. Editorial, humano", afirma el editor y periodista Juan Cruz.
En homenaje al editor nacido en Corcubión (A Coruña) en 1922 y que murió en Barcelona el 18 de diciembre de 2014, Juan Cruz reseña en
El País la trayectoria de un profesional que según su sentir fue "un
ejemplo de cómo publicar según el gusto que te manda, de acuerdo con el catálogo que te organiza, según la pituitaria suprema del azar de tu capacidad (cultural) de elección".
Para Juan Cruz, Porrúa "fue el resplandor para dos o tres, o cuatro, generaciones de editores entre los que estaba Javier Pradera, como lo estuvieron Carlos Barral o Jaime Salinas o, más recientemente, ese editor netamente europeo que fue Jaime Vallcorba".
Recuerda que el también editor Javier Pradera lo consideraba "un maestro del gusto y del rigor, porque, como él, se fijaba más en el texto que debía leer el lector que en el texto mismo".
"El texto –añade Cruz– debía tener una consecuencia; el editor, en ese sentido, no era un mero transmisor, un notario; era, por así decirlo, el que iba a convocar sobre el texto toda la magia de la que es capaz un editor cuando dentro de sí hay una historia cultural, una exigencia y una apuesta".
Sobre las relaciones entre autor y editor, Cruz señala que en los últimos tiempos han sido marcadas "por la existencia de intermediarios que seguramente han mejorado el negocio pero que no necesariamente han animado a la persistencia de una relación radicalmente humana y directa, como la que tuvieron, a la vista de esa correspondencia, Cortázar y Porrúa".
Recuerda que en las cartas del autor de Rayuela a su editor, recopiladas en cinco volúmenes por Aurora Bernárdez, se comprueba que "lo que ocurría entre ellos era una relación de usted (no de vos ni de tú; de usted)".
"Eso no era así sólo desde el punto de vista del lenguaje que usaban para tratarse, que en principio fue de usted –agrega el periodista–, sino que se correspondía con la propia eficacia del trabajo: lo que Cortázar le decía tenía que ver con los asuntos del oficio; y mientras esa relación fue así, oficial y de caballeros, uno y otro debieron aprender mucho, del mismo modo que muchos otros (como Pradera, seguramente como Barral, es probable que como Vallcorba) aprendieron de Porrúa en persona o a distancia".
Juan Cruz afirma en gran medida Porrúa también fue un resplandor para Gabriel García Márquez que al ver cómo el editor apostaba por Cien años de soledad, enseguida comprobó "que estaba en manos de un editor capaz de la magia de comunicar que era oro lo que relucía".
En su homenaje, Juan Cruz evoca la despedida del empresario editorial Antonio López de Lamadrid, en 2009, cuando vio "en medio de la multitud melancólica el resplandor de un pelo blanquísimo, blanquísimo, como la nieve de invierno en Lleida"; era Francisco Porrúa.
"Me acerqué, le di el recado de siempre de Pradera, y me citó para algún tiempo más tarde –cuenta Juan Cruz. Luego el teléfono fue despidiendo excusas: él ya no estaba para entrevistas ni siquiera para café o mate o para nada más que para el descanso que merecía su cuerpo cansado, vestido en aquel momento del entierro de Toni con aquella elegancia que lo convertían en un bello indiano de sombrero blanco".
"Desde entonces, desde aquel encuentro, incluso cuando leo las cartas de Cortázar –añade– me lo imagino así, con su bastón, con ese traje, bajo el sol, revisando las pruebas de Rayuela, corrigiendo los apresuramientos de Cien años de soledad, ejerciendo uno de los oficios más bellos del mundo".
"Mientras estén su recuerdo y sus ejemplos –concluye–, ese oficio de editar lo tendrá como un referente ineludible. Fue un resplandor, como nos decía Javier Pradera".
Otra semblanza del editor desaparecido puede encontrarse en este
enlace.