Desde que los libros empiezan a leerse también en pantallas muchas personas declaran que lo que más echan de menos cuando se enfrentan a la lectura digital es “el olor del libro” y buena parte de ellos especifican que nada puede compararse con el olor del papel y la tinta.
Contenido y continente de la lectura
El contenido de los libros parece a priori su elemento esencial, de manera que tampoco es improbable que en un futuro comencemos a denominar “libros” a los eBooks, al igual que hace quinientos años, después de un cierto tiempo se pasó a llamar “libros” a los “libros de molde”, es decir, a los que actualmente llamamos simplemente libros.
No obstante, es tal el ahínco con el que en estos días se habla del olor de los libros que cabe preguntarse por el impacto de los olores sobre los objetos de lectura o en relación con la vivencia de la lectura. Ciertamente se han hecho pesquisas en esta dirección y solo se han encontrado datos ciertos en relación con un contingente muy específico de libros: los libros antiguos.
Se dice que la acumulación de libros antiguos genera un olor rancio y que esto es una seña de identidad de las bibliotecas de fondo histórico más importantes del mundo. De hecho, la única referencia científica sobre este aspecto disponible es la vinculada al trabajo de conservación de ejemplares antiguos.
Investigando el olor de los libros
La profesora Lorraine Gibson, del Departamento de química de la Universidad de Strathclyde lleva mucho tiempo estudiando el olor de los libros, más concretamente, el cóctel de aromas que desprenden y cada uno de ellos por separado. Esta investigadora británica considera que el olor puede ser un indicador sobre el estado de conservación de cada ejemplar sin necesidad de tocarlo y trata de desarrollar un prototipo de aparato que pueda emular nuestro sentido olfativo para que sirva para el diagnóstico de la salud de cada libro.
Desde el campo de la preservación del patrimonio bibliográfico no todos los componentes volátiles son relevantes y por este motivo Gibson trata de aislar aquellos que realmente sean susceptibles de ser usados como indicador de la salud del libro. Son volátiles en el sentido de que son sustancias que pasan con facilidad al estado gaseoso. Como señala la investigadora en la entrevista que le hacía The Observer el pasado fin de semana, se trata de elementos químicos “que son emitidos desde el papel al aire”.
Lo volátil y el reencuentro con el placer de lo analógico
De modo paralelo podría afirmarse que todo es cada vez más volátil en el mundo de los libros, cada vez se almacenan más palabras en la "nube" y el libro digital supone un proceso de desmaterialización que viene desprovisto de olores. Precisamente uno de los valores que tendrá el libro impreso seguirá siendo su capacidad para ser manipulado, sentido y colocado como unidad de contenido de carácter independiente en un estante. Hay ya algún lector habitual de eBooks en dispositivos digitales que encuentra en la lectura de libros impresos una sensación placentera que antes, quizás por rutinaria, no era percibida como tal y que dota ahora al momento de la lectura (en papel) de una mayor dosis de calidad. En definitiva, es fácil ver con interés cómo unos u otros buscan asideros y vínculos emocionales en un mundo en transformación.
No obstante, para muchos es más poderosa la sensación emanada de cada uno de los olores descritos por Suskind en "El perfume" y recreados por la imaginación...que el famoso olor real de la celulosa.