Sobre las prácticas inadecuadas de la industria editorial

La tecnología, la estructura del mercado y los nuevos productos han evolucionado más rápido que nuestra capacidad para comprender y controlar. El resultado, según Kent Anderson ha recogido en un artículo publicado en Scholarly Kitchen, es que muchos hayan perdido la confianza en el sistema editorial y crean que todo está amañado.

La tecnología, la estructura del mercado y los nuevos productos han evolucionado más rápido que la capacidad de la sociedad para comprenderlo y controlarlo. El resultado, según indica Kent Anderson en un artículo publicado en Scholarly Kitchen, es que muchos hayan perdido la confianza en el sistema editorial y crean que todo está amañado.

Esta idea surge de uno de los escándalos más recientes en el sector editorial y que desarrolla Scott Patterson en su libro: Dark Pools: The Rise of the Machine Traders and the Rigging of the US Stock Market.

Pattterson fue uno de los innovadores del comercio electrónico y vio en él la solución a muchos problemas de equidad en el mercado –comenta Anderson. Con el tiempo todo cambió, por lo que él y otros compañeros advirtieron de que este mercado ya no estaba cumpliendo con su propósito.

Esto puede ser similar a lo que ha pasado con la edición digital de contenido académico. Algunos pensaron que con esta revolución digital se acabarían muchos problemas, como la escasez y los retrasos y además sería de gran ayuda en el avance de la ciencia. Con el tiempo el acceso abierto entró en vigor.

Veinte años más tarde, el entorno del acceso abierto es conocido por unas prácticas editoriales inadecuadas –asegura Anderson– y la reputación de editores y revisores está en juego. ¿Qué puede hacer la industria para que los editores no entren en este juego?

Anderson cree que los directorios de acceso abierto de las editoriales tienen mucho que ver en todo esto. Los usuarios necesitan saber acceder a un directorio antes que leer directamente un trabajo. Pero la cuestión es: ¿Qué directorio? Hay pocos y su calidad varía considerablemente –asegura.

La economía también es algo a examinar, ya que la publicidad y los patrocinios son una tentación –añade Anderson. Lo mismo ocurre con la filosofía del “publicar o perecer”, la cual ejerce presiones inevitables.

Pero Anderson recuerda que los editores no son los únicos que empujan a estos límites, ya que los autores también tienen su parte. La cuestión académica presiona para ganar en prestigio, lo que lleva a cierta perversión en la respuestas, es decir, tanto los autores como los editores se ven obligados a duplicar las reglas para aliviar el estrés.

En definitiva, la falta de confianza en las publicaciones académicas y científicas es sutil, pero en opinión de Anderson debe ser abordada a la mayor brevedad.
 


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