La cantante asegura en dicha entrevista que detrás de su decisión no hay motivos económicos ni un plan trazado que lo explique. «Trabajar en algo durante dos o tres años y luego es gratuito». Se trata –assgura– de una cuestión de respeto a la gran cantidad de trabajo que ha supuesto una obra. Seguramente muchos escritores hayan sentido lo mismo después de pasar meses, incluso años, escribiendo una novela.
Björk opina que ese modelo le parece «insano», mientras que Netflix le parece un buen modelo. «Primero vas al cine –dice– y después de un tiempo [la película] estará en Netflix». Desde el punto de vista de la polifacética artista, así debería suceder también en el streaming para la música: primero puede adquirirse en formato físico y después en straming.
Otros músicos se han revelado contra Spotify, el principal servicio de música en
streaming: Beyoncé, Bob Dylan y Taylor Swift se han negado a publicar su trabajo en esta plataforma. La islandesa ha demostrado en anteriores ocasiones estar dispuesta a
arriesgar con nuevos formatos. Su álbum
Biophilia, publicado en 2011, fue el primero en venderse en formato app y constituye una auténtica experiencia multimedia en colaboración con otros artistas.
En Spotify argumentan que su modelo es una alternativa real a la piratería, que a diferencia de ella es capaz de generar beneficios económicos.
Para defenderse de las acusaciones, Spotify ha creado un sitio web,
Spotify for artists, en el que explica cómo retribuye a la industria de la música por su trabajo. Allí se explica que, de los beneficios económicos que obtiene cada mes de la publicidad y de las suscripciones de pago, retribuye a las discográficas con una cantidad. Esta cifra es el resultado de calcular la popularidad de un artista, entendido como el porcentaje de reproducciones de sus canciones con respecto al total en la plataforma.
El 70 por ciento de los ingresos se pagan a la discográfica, que después retribuye al artista en función de los royalties estipulados en su contrato.
Spotify se ha convertido en un modelo de distribución de contenidos digitales también para la industria editorial. La cuestión que emerge es si los servicios de suscripción son modelos suficientemente respetuosos con los autores y cuál es el papel de los editores.