El papel de las bibliotecas públicas en la era de la sobreinformación

Aunque gracias a la tecnología la información llega al usuario a través de las múltiples pantallas que le rodean, las bibliotecas siguen siendo útiles, solo es cuestión de replantearse y redefinir alguna de sus funciones –señala James Gleick en un artículo publicado en The New York Review of Books.

Aunque gracias a la tecnología la información llega al usuario a través de las múltiples pantallas que le rodean, las bibliotecas  siguen siendo útiles, solo es cuestión de replantearse y redefinir alguna de sus funciones –señala James Gleick en un artículo publicado en The New York Review of Books. 

Gleick se pregunta si con el tiempo las bibliotecas se convertirán en algo tan anacrónico como las tiendas de discos o las cabinas de teléfono. Actualmente muchos son los usuarios que se acercan a ellas para acceder de forma gratuita a internet mientras toman un café. Pero su futuro no está en ser un acceso más a la gran red o un almacén repleto de libros antiguos, todavía hay usuarios que necesitan acceder al mundo físico, a libros, microfilms, diarios, cartas, mapas y manuscritos, por lo tanto –añade– se necesita de esos expertos bibliotecarios capaces de encontrar, organizar y compartir esa información.

En este mundo sobreinformado los bibliotecarios siguen siendo los especialistas más versátiles. Según el manifiesto que John Palfrey ha publicado en BiblioTech, las bibliotecas son el último espacio libre dedicado a la recopilación e intercambio de conocimientos, pero reconoce que en estos momentos se enfrentan a varias paradojas que deben de ser resueltas.

En primer lugar, los bibliotecarios tendrán que invertir su talento especial en ser administradores de la información y no meros coleccionistas, porque una red de personas encargadas de gestionar la información puede lograr mucho más que un grupo de coleccionistas. La información se mueve en internet, en las redes sociales y se comparte y genera en la Wikipedia, pero esta última no es una biblioteca, ni aspira a serlo.

Todavía existen personas que van a la biblioteca sin sus ordenadores portátiles o dispositivos móviles y se sientan a esas largas mesas de madera para consultar documentos reales o se desplazan por el espacio porque aprecian esa aura de tranquilidad que se respira en una biblioteca. Quizás se trate de un sueño nostálgico –apunta Palfrey– pero en la era digital existen poco espacios públicos donde la gente pueda ir simplemente a estudiar, leer y pensar.

En cuanto a los libros electrónicos –continúa Palfrey– las bibliotecas quieren proporcionarlos a sus usuarios, ya que esta función está dentro de la labor fundamental de toda biblioteca y que no es otra que la de proporcionar libre acceso a la cultura a todos aquellos que no pueden acceder a ella de otra manera. El problema está en cómo realizar este préstamo sin producir un perjuicio a editores, librerías y autores. Palfrey sugiere que se podría crear un sistema de licencia obligatoria que cubrirse los préstamos digitales a través de las bibliotecas, lo que permitiría el pago de regalías justas a los autores. En la mayor parte de Europa –añade– muchos países tienen programas de derecho de préstamo público con este fin.

En definitiva –destaca Palfrey– los bibliotecarios y cualquier amante de las bibliotecas deberán ser capaces de asimilar todos estos cambios y contradicciones.


© Copyright Fundación Germán Sánchez Ruiperez, 2010