Cada vez son más las bibliotecas que se unen al movimiento maker en los Estados Unidos. Esta cultura se inspira en el do it yourself (DIY) [hazlo tú mismo] pero se orienta a la creación (maker en inglés significa creador, fabricante). El título del libro de Chris Anderson, Makers: The New Industrial Revolution, eleva este movimiento a la categoría de nueva revolución industrial.
Como resultado, están naciendo en todo el país los llamados makerspaces, espacios de reunión en los que se congregan grupos de personas que ponen en común su conocimiento para realizar, de forma colectiva, trabajos muy variados y en los que aportan sus habilidades: desde reparar una bicicleta o trabajar la madera hasta poner en marcha una impresora 3D o construir un robot.
Para Jeff Sturges, fundador del makerspace Mt. Elliot, en Detroit, la integración de estos espacios en las bibliotecas supone un reto, puesto que la mayor parte de la gente piensa en las bibliotecas como lugares silenciosos y los makerspaces son todo lo contrario, muy bulliciosos. En una entrevista publicada en ALA TechSource, explica que si las bibliotecas quieren preservar espacios más tranquilos tendrán que disponer de un lugar aislado. Para ellos Sturges recomienda que las paredes sean transparentes, para que la actividad que se produce dentro sea visible. «Necesitamos formas de abrazar el caos», afirma Sturges.
¿Qué tienen que ver estos espacios con las bibliotecas? Para el fundador del Makerspace de Detroit, las bibliotecas han sido tradicionalmente lugares donde se almacena el conocimiento, y los makerspaces generan conocimiento. Por otra parte, actualmente los profesionales de todo el mundo debaten sobre cómo será el futuro de las bibliotecas y se está cayendo en la cuenta de que el libro no será la única forma de adquirir conocimiento, por tanto queda cuestionado su papel como almacenes del saber.
Los makerspaces son infraestructuras sociales para la producción de la cultura, ya sea en forma de conocimiento o de objetos físicos, afirma Sturges. Las bibliotecas son grandes estructuras físicas donde la comunidad se reúne y pueden ofrecer herramientas útiles y conocimiento. Al ser espacios de encuentro, son idóneas para poner en contacto a la gente que sabe sobre un tema.
La implicación de las bibliotecas en la cultura maker, opina Sturges, puede generar una red de espacios en todo el país. Escuelas, bibliotecas y otras instituciones comunitarias necesitan asumir este papel —y ya están comenzando a hacerlo—, dando acceso a herramientas de las que otros no disponen necesariamente. La importancia de las bibliotecas como parte del movimiento maker es completamente simbólica, opina Sturges, para quien éstas deben seguir siendo vistas como «baluartes del conocimiento y ciudadelas de la producción cultural».
El makerspace de la Biblioteca Pública de Fayetteville, denominado Fab Lab (que se podría traducir como Laboratorio de fabricación), fue el primero en ponerse en marcha desde una biblioteca y actualmente ya son varios, como indica la docente y bibliotecaria Nieves González en un post sobre este tema, con varios ejemplos.
¿Crees que esta idea es exportable a las bibliotecas de nuestro país? ¿Conoces alguna biblioteca con iniciativas similares? |