“Maker movement” es un tendencia en la que se redefine la relación de la sociedad con la tecnología. Esta filosofía apuesta por que cada individuo cuente hoy con las herramientas necesarias y las posibilidades pertinentes para crear sus propios productos. Este movimiento tiene importantes implicaciones en la educación, el desarrollo personal y la construcción de la comunidad, algo en lo que tienen mucho que ver las bibliotecas públicas.

Matt Enis explica en un artículo publicado en la revista The Library Journal como está funcionando el Maker movement en distintos programas de bibliotecas públicas en los Estados Unidos.
Existen algunos detractores que cuestionan que se inviertan los escasos recursos con los que cuentan las bibliotecas públicas en la adquisición de nuevos equipos para nuevas iniciativas, ya que lo considera una moda pasajera. Otros argumentan que ofrecer ciertas herramientas para favorecer el aprendizaje y el fomento de proyectos creativos, es un camino que deben seguir las bibliotecas para redefinir su papel en las comunidades del siglo XXI. Esta opinión es la que está ganando mayor importancia últimamente –añade Enis.
Tim Carrigan, encargado superior del programa de la bibliotecas del Institute of Museum and Library Services (IMSS), explica que las bibliotecas han sido durante mucho tiempo un lugar en el que se democratiza el conocimiento. En un primer momento fue a través de los libros, más adelante el acceso a internet y ahora quizás en un laboratorio de computación. El siguiente paso –continúa– es pasar de una sociedad de consumo de los conocimientos a una de co-creación y producción de este conocimiento.
Los inicios de este movimiento se remontan a la década de los noventa con la formación de asociaciones sin ánimo de lucro enfocadas en la tecnología como por ejemplo Geek Group en el estado Michigan y c-base en Berlín –explica Enis. Otro acontecimiento que tuvo mucho que ver en el desarrollo de esta tendencia, fue cuando el profesor Neil Gershenfeld, del Instituto de Tecnología de Massachusetts, comenzó a impartir un curso al que denominó “como hacer [casi] cualquier cosa” en el que los estudiantes podían aprender a utilizar equipos de fabricación industrial como cortadoras láser, impresoras 3D, fresadoras informáticas etcétera.
De esta manera surgieron los laboratorios de fabricación o FAB Labs en ciudades y comunidades rurales repartidos por todo el mundo con el objetivo de democratizar el acceso a las herramientas para la invención técnica
La estandarización del modelo FAB Lab –explica Enis– permite la colaboración en toda la red, es decir, los usuarios deben hacer las mismas cosas ya sea que estén en Ciudad de Cabo, Ámsterdam o en un laboratorio en Boston.
Distintas bibliotecas públicas repartidas por Estados Unidos se han agregado a este movimiento y la creciente gama de herramientas, programas y servicios ofrecidos por los distintos estados ha servido para definir mejor este movimiento y para ofrecer a la comunidad un lugar en el que reunirse, compartir experiencias y trabajar en colaboración, independientemente de las herramientas que se utilicen.
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