El escritor mexicano David Toscana (Monterrey, Nuevo León, 1961), considera que la lectura es la única solución para acabar con el analfabetismo en un país, como México, en el que no obstante se invierte el cinco por ciento de su producto interior bruto, un porcentaje equivalente al de los Estados Unidos. En atención a los resultados que se obtienen, Toscana afirma que lo que se necesita "es un cambio total de dirección y hacer que los estudiantes lean, lean y lean".
En un artículo que publica The New York Times el autor de El último lector analiza críticamente el sistema educativo mexicano país en el que –asegura– asisten a las escuelas más niños que nunca pero aprenden mucho menos, prácticamente nada. La proporción de personas que saben leer y escribir está en aumento, pero en números absolutos hay más personas analfabetas que hace doce años. Por lo que este escritor se pregunta, cómo es posible que se envíe a un niño a la escuela, y se le tenga ahí durante seis horas diarias cinco días a las emana y acabe siendo una persona básicamente analfabeta.

El hecho de que México sea un país que se tambalea a nivel social, político y económico se debe –en opinión del escritor–, a que sus ciudadanos no leen. Desde hace años el trabajo de la secretaría de Educación ha estado más centrado en hacer frente a los problemas laborales de los docentes que a educar a los mexicanos. Es más, añade, se da la paradoja de que muchos de los profesores que compran o heredan estos puestos de trabajo carecen de educación.
Recuerda que en 2002 el presidente Vicente Fox comenzó un plan de lectura para el que eligió como portavoz a Jorge Campos, un jugador de fútbol muy popular en este país. Para este programa Fox ordenó imprimir millones de libros y construir una biblioteca inmensa. Desafortunadamente –comenta Toscana–, los maestros no contaban con la preparación adecuada y a los pequeños no se les daba tiempo suficiente para poder leer en la escuela. El resultado fue almacenes llenos de cientos de miles de libros olvidados, cuyo destino eran las aulas y las bibliotecas, que se encontraban acumulando polvo y humedad.
En una conversación mantenida con el secretario de educación de su Estado natal, Nuevo León, Toscana le informó de que existía una clara diferencia entre ser capaz de descifrar las señales de tráfico y acceder a un canon literario. Según aquel secretario, no existía la necesidad imperiosa de enseñar a la población a leer el Quijote, sino que sus habitantes fueran capaces de leer el periódico.
Las escuelas mexicanas para Toscana son fábricas productoras de trabajadores. Los estudiantes, ajenos a cualquier desafío intelectual, pueden pasar de un curso a otro siempre y cuando asistan a clase. Ante este panorama, admite, es normal que en la escuela secundaria estén preparándose los camareros, chóferes y lavaplatos del futuro.
El problema no está en conseguir una mejor financiación, ya que este país invierte un cinco por ciento de su producto interior bruto en educación, un porcentaje similar al de los Estados Unidos, comenta Toscana. Lo que el sistema educativo necesita es un cambio completo de dirección y hacer que sus estudiantes “lean, lean y lean”.
Pero quizá, dice para finalizar el artículo, el gobierno mexicano no está preparado para que su gente goce de una buena educación, ya que por todos es sabido que los libros aumentan las ambiciones, las expectativas y el sentido de la dignidad de la gente. Si los mexicanos estuvieran tan bien educados como los finlandeses, termina el escritor, las calles estarían llenas de ciudadanos indignados y el gobierno se preguntaría de dónde ha conseguido toda esa gente una preparación mucho mejor que la de ser lavaplatos. |