¿Tiene sentido la biblioteca sin libros? Para dar una respuesta afirmativa a esta cuestión sólo es necesario recordar la que se entiende como tarea fundamental de la institución, la de facilitar el acceso a la información y promover el conocimiento. Esa es la parte esencial de una insustituible función social que toma forma a través de una oferta muy diversificada de servicios. Desempeñarlos de forma eficaz, en el ecosistema del libro digital, requiere articular procedimientos distintos a los que han venido funcionado en la biblioteca tradicional.
Esta es la idea que recoge James Bridle en un artículo publicado en The Observer, en la edición digital del diario The Guardian, en el que comenta que las bibliotecas siguen aplicando procedimientos que tenían sentido para la gestión del libro impreso pero que ahora resultan poco operativos e innecesarios. Menciona el caso, por ejemplo, de las que marcan los libros electrónicos prestados como "fuera de la biblioteca", de modo que no están disponibles para otros usuarios (a pesar de la teórica reproducibilidad infinita que admite la versión electrónica). O el de las que instan a sus usuarios a visitar el edificio para descargar y retirar ebooks en préstamo.

Recuerda también la polémica política aplicada en por la editorial HarperCollins, que establecía el número máximo de préstamos que la biblioteca podía hacer de sus títulos en formato digital –veintiséis– utilizando como referencia el promedio de préstamos que soporta la “vida útil” de una copia en papel, que cifraba en esa cantidad.
El modelo de biblioteca de la era digital debería incorporar el espacio físico porque, porque como subraya Bridle, no se trata sólo de lugares para poder leer libros, son espacios públicos que comparten sus activos con los usarios y que ofrecen una amplia gama de servicios, espacios que resultan beneficiosas para todos, especialmente para las personas con bajos ingresos, y desempeñan diferentes roles; y menciona como ejemplo la Biblioteca Central de Amsterdam, inaugurada en 2007, que ejemplifica un paradigma híbrido al hacer hincapié en la biblioteca como un espacio para trabajar, pensar y conectarse.
No existe un equivalente con esas características de espacio público que funcione en línea, por la vulnerabilidad que el entorno virtual presenta al control corporativo y tecnocrático, y ello hace que la biblioteca como “institución física” sigua siendo necesaria y esencial. Algo –señala el articulista– compatible con la circunstancia de que esa biblioteca no tenga libros físicos. En estos tiempos de tecnología y comunicación digital, el espacio físico de la biblioteca –afirma– se convierte en una declaración pública y explícita del valor que tiene su misión.
Bridle menciona en su artículo la apertura de la primera biblioteca pública totalmente digital de los Estados Unidos, que se inaugurará en el Condado de Bexar a finales de año, y que forma parte de un plan que pretende instalar en todo el Estado un sistema bibliotecario sin libros bautizado como BiblioTech. La idea se apoya en la disponibilidad de más de cien lectores electrónicos prestables y más de diez mil ebooks, a los que los visitantes pueden acceder también trayendo sus propios dispositivos. |